El verano es sinónimo de vacaciones, días más largos y, por lo visto, leer. Junto a la canción del verano y a la película del verano, parece que podemos poner tranquilamente al libro del verano, ese que está siempre en el bolso de playa, manchado de protector solar y páginas dobladas.
“¿Por qué leer en verano? Uno no tiene lecturas de invierno, o lecturas de otoño (que supongo que tendrían un eco demasiado otoñal) o incluso… lecturas de primavera” se preguntaba en 1968 el crítico Clive Barnes, en un artículo para el The New York Times Book Review, una de las publicaciones de reseñas de libros más leídos en la industria, y que viene publicando listas de recomendados para el verano desde 1897.
En “Una breve historia de las lecturas de verano”, Jennifer Harlan anota que “la lectura de verano, tal como la conocemos ahora, surgió en los Estados Unidos a mediados del siglo XIX, impulsada por una clase media emergente, las innovaciones en la publicación de libros y una creciente población de ávidos lectores, muchos de ellos mujeres. Y este auge de la lectura de verano coincidió con el nacimiento de otra tradición cultural: las vacaciones de verano”.
Aunque no hay muchos antecedentes al respecto, en Chile la situación no debe ser tan diferente: a partir de 1931, las vacaciones de verano dejan de ser privilegio de unos pocos y llegan como derecho a todos los trabajadores. Como recoge Memoria Chilena, este hecho provocó “transformaciones en los rituales de veraneo, tanto en los lugares de veraneo como la moda estival”. Lugares como Cartagena dejan de ser aristocráticos; se fomenta el turismo a través del tren. Y en la década de 1960 se inició el boom de las vacaciones en la playa… seguramente con alguna lectura en el bolso.
Fuente: simbolospatrios.cl
¿Por qué leer más en ésta época del año y no en otra? Para los estudiantes, ciertamente está el incentivo de poder elegir el libro que quieran y no verse obligados a tomar el que indica el programa escolar. Adiós control de lectura, hola fantasía y ciencia ficción.
Para quienes trabajan, sin duda está la desconexión: es más fácil olvidar la oficina si nuestra mente vaga por… bueno, donde sea que el libro del verano nos lleve. Y el verano suele dar la oportunidad de envolverse en una lectura y no salir hasta que llega la hora de la cena.
Por otra parte, la época estival nos permite profundizar en los temas que nos apasionan: hay tiempo para leer todo eso que en el año dejamos a medias. En una reciente encuesta a 2000 personas en EE.UU., el 36% dijo aprovechar el verano para refrescar sus conocimientos de historia. Similar porcentaje afirma leer más novelas de misterio en vacaciones que en el resto del año.
Y ojo: que leamos en verano ¡no significa que lo hagamos a pleno sol! Qué mejor excusa que un buen libro para estar en un cafe o un bar, a resguardo del calor y disfrutando de alguna bebida refrescante.
En fin: claramente no hay una sola razón para leer más en verano. Puede haber muchas, algunas muy personales, otras sociales y hasta históricas. Pero al final del día, leemos por placer, porque como decia Asimov, el libro ese ese aparato perfecto que no requiere baterías, que nos hace sentir olores y sonidos, que nos hace ver otros mundos, y que ni siquiera necesita de algún cable especial: basta con que lo abramos.
Así que entréguese sin culpas al placer de la lectura veraniega.