La mano de D10S

Durante la semana pasada, la noticia del fallecimiento de Diego Maradona sacudió al mundo.

El fallecimiento de tan admirado (y a la vez odiado) ícono deportivo ha generado grandes emociones y debates, lo que me hizo reflexionar bastante sobre lo que significa esta dualidad obra-persona, y si es realmente posible separarlas o no.
Tal como pasa con Maradona, en el mundo del libro se da bastante que grandes obras sean objeto de críticas y escrutinio –más allá de sus cualidades artísticas/literarias– por el actuar de sus escritoras/es en sus vidas privadas.
Evitando citar casos específicos (para no teñir emocionalmente este argumento) me tomo la libertad filosófica de compartir mi opinión, como amante de los libros, pero también como persona con opinión (a veces objetiva, otras veces no tanto).
Como yo lo veo, sí debiesen separarse ambos temas. El arte por un lado, la vida privada (la persona) por el otro. Ojo, esto no significa excusar comportamientos indebidos, por ningún motivo, solo quiero separar las aguas para no contaminar el arte que, creo de todo corazón, es una forma de expresión totalmente pura.
Y si creo que hay que separarlos, es porque la persona sí está influenciada por el entorno, el público, la "fanaticada" que lo quieran o no, puede cambiar e incluso distorsionar la percepción de la vida de alguien que se ve en esta posición expuesta ante un público que le demanda más allá de lo tolerable.
No así la obra. El arte, el verdadero arte (otro debate interesante es qué consideramos arte real) no debería estar influenciado por el entorno, no busca aceptación ni buenas críticas. El verdadero arte es una expresión profunda que nace desde el alma de quien lo crea, y por eso cala de forma tan profunda en nosotros, independiente de nuestra edad, nacionalidad, historia personal, etc.
Es muy difícil no juntar las cosas, lo sé (incluso lo hago), pero creo que le debemos –como mínimo– ese respeto a las artes, en todos sus formatos y expresiones, porque nos construyen y nos llenan, le dan vida a nuestras almas y color a nuestras realidades, incluso si vienen de personajes nefastos que viven una aparente doble vida.

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Fabio Costa Caimi, El Librero.

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