Si alguna vez escucharon hablar sobre "la cadena del libro" o de sus "eslabones" y no entienden realmente qué es, o si nunca lo han escuchado (mejor aún, más interesante puede resultarles esta columna), quisiera contarles qué es y cómo funciona la industria del libro y por qué considero importante que los eslabones se fortalezcan –de forma colaborativa– y la cadena se solidifique, aunque a veces pueda parecer un esfuerzo contraproducente.
Cuando hablamos de la cadena del libro, nos referimos a los distintos actores que influyen en el proceso de creación de un libro hasta su llegada al (o la) lector/a final.
Primero, y en mi opinión, están las autoras y autores. Sin ellos no habría cadena.
Quienes crean contenidos son sin duda el primer eslabón de esta cadena (eslabón vendría siendo cada una de estos actores/personas/instituciones que en algún momento se involucran y son necesarios en el proceso) y el que da vida, y alma, al mundo libro.
Luego, y perdónenme los más detallistas ya que evitaré profundizar más de lo necesario para no aburrirles, vendrían las editoriales (o editor/a), quienes trabajan el texto original y le van dando forma hasta llegar a su versión definitiva. En este eslabón podemos también incluir –o no, porque son muy importantes pero generalmente trabajan muy de cerca– a diseñadores, diagramadores y todas aquellas personas que le dan forma (esta vez física-visual) al libro.
A continuación viene la imprenta. Sin imprenta no tendríamos la cantidad de libros (físicos) que tenemos, obvio.
En la era del libro digital (que por años fue considerada la gran amenaza del rubro, aunque habemos quienes lo vemos más como un complemento natural) este eslabón tambalea, se reinventa, sufre, pero la pelea, porque el libro en papel es y yo creo que será irreemplazable.
Luego (aunque no todos los libros pasen por este eslabón) vienen las distribuidoras, empresas que se encargan de hacer llegar los libros desde las editoriales a las librerías.
Generalmente las editoriales pequeñas o medianas son las que más utilizan este servicio. Las editoriales grandes suelen distribuirse ellas mismas y las muy muy pequeñas no tienen suficientes recursos para contratarlas.
Son muy importantes sobre todo porque, para una editorial cuyo rol principal es encontrar y publicar contenidos, el proceso administrativo-operacional de la distribución (logística, facturación, cobranza) significa un desgaste enorme que los aleja de su actividad principal, donde generan el mayor valor (cultural además de comercial).
Y al final de la cadena (si consideramos la cadena sin incluir a lectoras y lectores, que son esenciales, pero no quedaría espacio en la columna): las librerías, lugar donde se concentra la mayor variedad y selección de títulos, donde se vive la verdadera experiencia cultural-social que ofrece una librería (a diferencia de la experiencia más bien transaccional de un sitio web), y donde se generan vínculos y relaciones maravillosas entre el público, las y los libreros y los libros. Un lugar mágico.
Esta es la cadena del libro.
Ahora, para terminar, quisiera dejarles una pregunta para invitarles a la reflexión: pese a que son capaces de ofrecer precios inmejorables, y considerando que los títulos ofrecidos no van más allá de los 10, 20, 50 o 100 más vendidos del mercado (dejando fuera más de 30, 40 o 100 mil otros títulos tan buenos o mejores que esos que están de moda), ¿cree usted que es prudente, sano, bueno, justo –ud. elija el adjetivo que más le interese utilizar para su análisis– que actores como las grandes multitiendas o grandes supermercados vendan libros?
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Fabio Costa Caimi, El Librero.